Queso en hoja y galletas de ajo, el sabor en la autopista.
Por: Leisy Torres
Pasar por el cruce de Rincón de Molinillo, en Nagua, y no pararse a comprar una bola de queso de hoja, un pedazo de chicharrón u otras frituras, batatas fritas o unas cuantas albóndigas de pescado en los “restaurantes express” que allí sirven, es casi imposible, y más si el viaje ha sido largo y el hambre está picante.
Y es que aquellas casuchas, hechas de madera y zinc, que los vendedores denominan “restaurantes express” porque sirven rápido, bueno y barato, ya tienen unos 15 años en aquella esquina que es donde se divide la autopista del Nordeste o Autopista Juan Pablo II, como muchos la conocen. Una parte sigue para Nagua, y la otra para Las Terrenas, Samaná, y otros destinos, la mayoría turísticos.
Si vas de la Capital o cualquier otro lugar hacia alguno de esos destinos será irresistible no pararte a comer una bola de queso con galletitas con sabor a ajo, pues es una de las cosas que más venden aquellos pequeños emprendedores del arte culinario.
Lo mejor de todo es que solo cuestan 100 pesos, y el sabor es riquísimo, pues son hechas a base de leche de vaca. Cuando lo pidas es bueno que tengan la agüita que parece parte de la leche, eso hace que dure por más tiempo y le da mejor sabor.
Mientras que el paquete de galletitas vale 35 pesos, una libra de chicharrón te cuesta 200 pesos, una albóndiga de pescado 15 pesos la unidad, 50 pesos los pedazos de longanizas, orejita y hocico, y la unidad de batatas fritas cuestan 5 y 10 pesos, dependiendo el tamaño.
“Hay días que vendo hasta 50 bolas de queso, eso aparte de lo que uno vende del chicharrón, las albóndigas de pescado, la longaniza, orejita y hocico, que también la gente lo compran mucho”, dice Aida Mejía, una de las vendedoras.
Ella, quien es la fundadora del primer negocio de ese tipo en dicha esquina, inicia su jornada laboral a las siete de la mañana y termina pasada las seis de la tarde. Generalmente se retira satisfecha, pues vende entre mil y tres mil pesos diarios, aunque hay días que “la cosa tá lenta”.
Ella, quien sustenta a su familia de lo que vende en su casucha, ya tiene 15 años en el negocio de venta de comida rápida.
Otro que no se queja es Alexis, el vecino de doña Aida, quien tiene poco tiempo en el negocio de la venta de comida, pero dice que la gente siempre se para a comprar, más después de un largo viaje.
“Yo tengo confianza que mientras más pase el tiempo, mejor me irá, porque tengo poco vendiendo aquí, pero los viajeros se paran y compran, porque no e’ fácil seguir corriendo con hambre”, señala el delgado hombre.
Joel, otro de los vendedores de la comida rápida, tiene ya 10 años con su “restaurante express”, y manifiesta que una de las cosas que más vende él es el chicharrón, a pesar de que es una comida que engorda mucho.
No importa si salió el candente sol o está cayendo un aguacero a cántaro, lo importante para estas personas que ofrecen sus servicios culinarios es llevar el dinero que sirve de sustento familiar.